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DON QUIJOTE.
que se engañaba en lo que dice.—¿Cómo me puedo engañar en lo que digo, traidor escrupuloso? dijo Don Quijote: dime, ¿no ves aquel caballero que ácia nosotros viene sobre un caballo rucio rodado, que trae puesto en la cabeza un yelmo de oro?—Lo que yo veo y columbro, respondió Sancho, no es sino un hombre sobre un asno pardo como el mio, que trae sobre la cabeza una cosa que relumbra.—Pues ese es el yelmo de Mambrino, dijo Don Quijote: apártate á una parte y déjame con él á solas, verás cuan sin hablar palabra, por ahorrar del tiempo, concluyo esta aventura, y queda por mio el yelmo que tanto he deseado.—Yo me tengo en cuidado el apartarme, replicó Sancho; mas quiera Dios, torno á decir, que orégano sea y no batanes.—Ya os he dicho, hermano, que no me menteis ni por pienso mas eso de los batanes, dijo Don Quijote, que voto.... y no digo mas, que os batanée el alma.—Calló Sancho con temor que su amo no cumpliese el voto que le habia echado, redondo como una bola. Es, pues, el caso, que el yelmo y el caballo, y caballero que Don Quijote veia, era esto, que en aquel contorno habia dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenia botica ni barbero, y el otro, que estaba junto á él sí, y así el barbero del mayor servia al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venia el barbero, y traia una bacía de azófar, y quiso la suerte que al tiempo que venia, comenzó á llover, y porque no se le manchase el sombrero, que debia de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza, y como estaba limpia, desde media legua relumbraba: venia sobre un asno pardo, como Sancho dijo, y esta fué la ocasion que á Don Quijote le pareció caballo rucio rodado, y caballero, y el yelmo de oro: que todas las cosas que veia, con mucha facilidad las acomodaba á sus desvariadas caballerías y mal andantes pensamientos: y cuando él vió que el pobre caballero llegaba cerca, sin ponerse con él en razones, á todo correr de Rocinante le enristró con el lanzon bajo, llevando intencion de pasarle de parte á parte; mas cuando á él llegaba, sin detener la furia de su carrera, le dijo:—Defiéndete, cautiva criatura, ó entriégame de tu voluntad lo que con tanta razon se me debe.—El barbero que tan sin pensarlo ni temerlo, vió venir aquella fantasma sobre sí, no tuvo otro remedio para poder guardarse del golpe de la lanza, sino fué el dejarse caer del asno abajo, y no hubo tocado al suelo, cuando se levantó mas ligero que un gamo, y comenzó á correr por aquel llano, que no le alcanzara el viento. Dejóse la bacía en el suelo, con la cual se contentó Don Quijote,