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CAPÍTULO XIX.

taña cerca, la hambre carga, no hay que hacer sino retirarnos con gentil compas de piés, y como dicen, váyase el muerto á la sepultura y el vivo á la hogaza: y antecogiendo su asno, rogó á su señor que le siguiese, el cual pareciéndole que Sancho tenia razon, sin volverle á replicar le siguió: y á poco trecho que caminaban por entre dos montañuelas, se hallaron en un espacioso y escondido valle, donde se apearon, y Sancho alivió el jumento, y tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre almorzaron, comieron, merendaron y cenaron á un mesmo punto, satisfaciendo sus estómagos con mas de una fiambrera que los señores clérigos del difunto (que pocas veces se dejan malpasar) en la acémila de su repuesto traian; mas sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y fué, que no tenian vino que beber, ni aun agua que llegar á la boca, y acosados de la sed, dijo Sancho, viendo que el prado donde estaban estaba colmado de verde y menuda yerba, lo que se dirá en el siguiente capítulo.