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DON QUIJOTE.
go debe de estar el escrebir la historia de mis hazañas, le habrá parecido que será bien que yo tome algun nombre apelativo como lo tomaban todos los caballeros pasados: cuál se llamaba El de la Ardiente Espada, cuál El del Unicornio, aquel De las Doncellas, aqueste El del ave Fénix, el otro El caballero del Grifo, estotro El de la Muerte, y por estos nombres é insignias eran conocidos por toda la redondez de la tierra: y así digo, que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases El caballero de la Triste Figura, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura.—No hay para que gastar tiempo y dineros en hacer esa figura, dijo Sancho, sino lo que se ha de hacer es, que vuestra merced descubra la suya y dé rostro á los que le miraren, que sin mas ni mas, y sin otra imágen ni escudo, le llamarán El de la Triste Figura: y creame que le digo verdad, porque le prometo á vuestra merced, señor (y esto sea dicho en burlas), que le hace tan mala cara la hambre y la falta de las muelas, que como ya tengo dicho, se podrá muy bien escusar la triste pintura. Rióse Don Quijote del donaire de Sancho; pero con todo propuso de llamarse de aquel nombre, en pudiendo pintar su escudo ó rodela, como habia imaginado, y díjole:—Yo entiendo, Sancho, que quedo descomulgado por haber puesto las manos violentamente en cosa sagrada, juxta illud: Si quis suadente diabolo &c. aunque sé bien, que no puse las manos, sino este lanzon, cuánto mas, que yo no pensé que ofendia á sacerdotes ni á cosas de la iglesia, á quien respeto y adoro como católico y fiel cristiano que soy, sino á fantasmas y á vestiglos del otro mundo, y cuando eso así fuese, en la memoria tengo lo que pasó al Cid Rui Diaz cuando quebró la silla del Embajador de aquel rey delante de su Santidad el Papa, por lo cual lo descomulgó, y anduvo aquel dia el buen Rodrigo de Vivar como muy honrado y valiente caballero. En oyendo esto el bachiller, se fué, como queda dicho, sin replicarle palabra. Quisiera Don Quijote mirar sí el cuerpo que venia en la litera eran huesos ó no; pero no lo consintió Sancho, diciéndole:—Señor, vuestra merced ha acabado esta peligrosa aventura lo mas á su salvo de todas las que yo he visto. Esta gente, aunque vencida y desbaratada, podria ser que cayese en la cuenta de que los venció sola una persona, y corridos y avergonzados desto volviesen á rehacerse y á buscarnos, y nos diesen en que entender. El jumento está como conviene, la mon-