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CAPÍTULO XIX.
esfuerzo: lo contrario le avino á su amo, al cual en aquel punto se le representó en su imaginacion al vivo, que aquella era una de las aventuras de sus libros. Figurósele que la litera eran andas donde debia de ir algun mal ferido ó muerto caballero, cuya venganza á él solo estaba reservada; y sin hacer otro discurso, enristró su lanzon, púsose bien en la silla, y con gentil brio y continente se puso en la mitad del camino por donde los encamisados forzosamente habian de pasar, y cuando los vió cerca, alzó la voz y dijo:—Deteneos, caballeros, quien quiera que seais, y dadme cuenta de quien sois; de dónde venis, á dónde vais, qué es lo que en aquellas andas llevais, que segun las muestras, ó vosotros habeis fecho, ó vos han fecho algun desaguisado, y conviene y es menester que yo lo sepa, ó bien para castigaros del mal que fecistes, ó bien para vengaros del tuerto que vos ficieron.—Vamos de prisa, respondió uno de los encamisados, y está la venta lejos, y no nos podemos detener á dar tanta cuenta como pedis; y picando la mula, pasó delante. Sintióse desta respuesta grandemente Don Quijote, y trabando del freno, dijo: Deteneos, y sed mas bien criado, y dadme cuenta de lo que os he preguntado, si no, conmigo sois todos en batalla. Era la mula asombradiza, y al tomarla del freno se espantó de manera, que alzándose en los piés, dió con su dueño por las ancas en el suelo. Un mozo que iba á pié, viendo caer el encamisado, comenzó á denostar á Don Quijote, el cual ya encolerizado, sin esperar mas, enristrando su lanzon arremetió á uno de los enlutados, y mal ferido dió con él en tierra, y revolviéndose por los demas, era cosa de ver con la presteza que los acometia y desbarataba, que no parecia sino que en aquel instante le habian nacido alas á Rocinante, segun andaba de ligero y orgulloso. Todos los encamisados era gente medrosa y sin armas, y así con facilidad, en un momento dejaron la refriega, y comenzaron á correr por aquel campo con las hachas encendidas, que no parecian sino á los de las máscaras, que en noche de regocijo y fiesta corren. Los enlutados asimesmo revueltos y envueltos en sus faldamentos y lobas, no se podian mover, así que muy á su salvo Don Quijote los apaleó á todos y les hizo dejar el sitio mal de su grado, porque todos pensaron que aquel no era hombre, sino diablo del infierno que les salia á quitar el cuerpo muerto que en la litera llevaban. Todo lo miraba Sancho admirado del ardimiento de su señor, y decia entre sí: Sin duda este mi amo es tan valiente y esforzado como él dice. Estaba una hacha ardiendo en el suelo junto al primero que derribó la mula, á cuya luz le