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DON QUIJOTE.
ciendo: A este escuadron frontero forman y hacen gentes de diversas naciones. Aquí están los que beben las dulces aguas del famoso Xanto, los Montuosos que pisan los Masílicos campos, los que criban el finísimo y menudo oro en la felice Arabia, los que gozan las famosas y frescas riberas del claro Termodonte, los que sangran por muchas y diversas vias al dorado Pactolo, los Numidas dudosos en sus promesas, los Persas en arcos y flechas famosos, los Partos, los Medos, que pelean huyendo, los Árabes de mudables casas, los Citas tan crueles como blancos, los Etiopes de horadados labios, y otras infinitas naciones cuyos rostros conozco y veo, aunque de los nombres no me acuerdo. En estotro escuadron vienen los que beben las corrientes cristalinas del olivífero Bétis, los que tersan y pulen sus rostros con el licor del siempre rico y dorado Tajo, los que gozan las provechosas aguas del divino Genil, los que pisan los Tartesios campos de pastos abundantes, los que se alegran en los Elíseos Jerezanos prados, los Manchegos ricos y coronados de rubias espigas, los de hierro vestidos, reliquias antiguas de la sangre Goda, los que en Pisuerga se bañan, famoso por la mansedumbre de su corriente, los que su ganado apacientan en las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso, los que tiemblan con el frio del silboso Pirineo y con los blancos copos del levantado Apenino: finalmente cuantos toda la Europa en sí contiene y encierra. ¡Válame Dios, y cuántas provincias dijo, cuántas naciones nombró, dándole á cada una con maravillosa presteza los atributos que le pertenecian, todo absorto y empapado en lo que habia leido en sus libros mentirosos! Estaba Sancho Panza colgado de sus palabras, sin hablar ninguna, y de cuando en cuando volvia la cabeza á ver si veia los caballeros y gigantes que su amo nombraba, y como no descubria á ninguno, le dijo:—Señor, encomiendo al diablo, hombre, ni gigante, ni caballero de cuantos vuestra merced dice parece por todo esto, á lo menos yo no los veo, quizá todo debe de ser encantamento, como las fantasmas de anoche.—¿Cómo dices eso? respondió Don Quijote: ¿no oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?—No oigo otra cosa, respondió Sancho, sino muchos balidos de ovejas y carneros: y así era la verdad, porque ya llegaban cerca los dos rebaños.—El miedo que tienes, dijo Don Quijote, te hace, Sancho, que ni veas ni oyas á derechas, porque uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos, y hacer que las cosas no parezcan lo que son: y si es que tanto temes, re-