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CAPÍTULO XVII.
mismo ensilló á Rocinante, y enalbardó al jumento de su escudero, á quien tambien ayudó á vestir y á subir en el asno: púsose luego á caballo, y llegándose á un rincon de la venta asió de un lanzon que allí estaba para que le sirviese de lanza. Estábanle mirando todos cuantos habia en la venta, que pasaban de mas de veinte personas, mirábale tambien la hija del ventero, y él tambien no quitaba los ojos della, y de cuando en cuando arrojaba un suspiro, que parecia que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban, que debia de ser del dolor que sentia en las costillas, á lo menos pensábanlo aquellos que la noche antes le habian visto vizmar. Ya que estuvieron los dos á caballo, puesto á la puerta de la venta llamó al ventero, y con voz muy reposada y grave le dijo:—Muchas y muy grandes son las mercedes, señor alcaide, que en este vuestro castillo he recebido, y quedo obligadísimo á agradecéroslas todos los dias de mi vida. Si os las puedo pagar en haceros vengado de algun soberbio que os haya fecho algun agravio, sabed, que mi oficio no es otro sino valer á los que poco pueden, y vengar á los que reciben tuertos, y castigar alevosías. Recorred vuestra memoria, y si hallais alguna cosa de este jaez que encomendarme, no hay sino decilla, que yo os prometo por la órden de caballero que recibí, de faceros satisfecho y pagado á toda vuestra voluntad.—El ventero le respondió con el mesmo sosiego: Señor caballero, yo no tengo necesidad de que vuestra merced me vengue ningun agravio, porque yo sé tomar la venganza que me parece, cuando se me hacen: solo he menester que vuestra merced me pague el gasto que esta noche ha hecho en la venta, así de la paja y cebada de sus dos bestias, como de la cena y camas.—¿Luego venta es esta? replicó Don Quijote.—Y muy honrada, respondió el ventero.—Engañado he vivido hasta aquí, respondió Don Quijote, que en verdad que pensé que era castillo, y no malo; pero pues es así que no es castillo, sino venta, lo que se podrá hacer por ahora es, que perdoneis por la paga, que yo no puedo contravenir á la órden de los caballeros andantes, de los cuales sé cierto (sin que hasta ahora haya leido cosa en contrario) que jamas pagaron posada, ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogimiento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las aventuras de noche y de dia, en invierno y en verano, á pié y á caballo, con sed y con hambre, con calor y con frio, sujetos á todas las inclemencias del cielo, y á todos los incómodos de la tierra.—Poco tengo yo que ver