aposento, diciendo: ‟Ténganse á la justicia, ténganse á la Santa Hermandad,” y el primero con quien topó fué con el apuñeado de Don Quijote, que estaba en su derribado lecho tendido boca arriba sin sentido alguno, y echándole á tiento mano á las barbas, no cesaba de decir: Favor á la justicia. Pero viendo, que el que tenia asido no se bullia ni meneaba, se dió á entender que estaba muerto, y que los que allí dentro estaban eran sus matadores, y con esta sospecha reforzó la voz, diciendo: ‟Ciérrese la puerta de la venta, miren no se vaya nadie, que han muerto aquí á un hombre.” Esta voz sobresaltó á todos, y cada cual dejó la pendencia en el grado que le tomó la voz. Retiróse el ventero á su aposento, el arriero á sus enjalmas, la moza á su rancho; solos los desventurados Don Quijote y Sancho no se pudieron mover de donde estaban. Soltó en esto el cuadrillero la barba de Don Quijote, y salió á buscar luz para buscar y prender los delincuentes; mas no la halló, porque el ventero de industria habia muerto la lámpara cuando se retiró á su estancia, y fuéle forzoso acudir á la chimenea, donde con mucho trabajo y tiempo encendió el cuadrillero otro candil.