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CAPÍTULO XVI.
estúvose quedo, hasta ver en qué paraban aquellas razones que él no podia entender; pero como vió que la moza forcejaba por desasirse, y Don Quijote trabajaba por tenerla, pareciéndole mal la burla, enarboló el brazo en alto, y descargó tan terrible puñada sobre las estrechas quijadas del enamorado caballero, que le bañó toda la boca en sangre; y no contento con esto, se le subió encima de las costillas, y con los piés mas que de trote se las paseó todas de cabo á cabo. El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dió consigo en el suelo, á cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debian de ser pendencias de Maritornes, porque habiéndola llamado á voces, no respondia. Con esta sospecha se levantó, y encendiendo un candil, se fué ácia donde habia sentido la pelaza. La moza, viendo que su amo venia, y que era de condicion terrible, toda medrosica y alborotada, se acogió á la cama de Sancho Panza, que aun dormia, y allí se acorrucó y se hizo un ovillo. El ventero entró diciendo: ¿Adónde estas, puta? á buen seguro que son tus cosas estas. En esto despertó Sancho, y sintiendo aquel bulto casi encima de sí, pensó que tenia la pesadilla, y comenzó á dar puñadas á una y otra parte, y entre otras alcanzó con no sé cuántas á Maritornes, la cual sentida del dolor, echando á rodar la honestidad, dió el retorno á Sancho con tantas, que á su despecho le quitó el sueño: el cuál viéndose tratar de aquella manera y sin saber de quién, alzándose como pudo, se abrazó con Maritornes, y comenzaron entre los dos la mas reñida y graciosa escaramuza del mundo. Viendo pues el arriero á la lumbre del candil del ventero, cuál andaba su dama, dejando á Don Quijote, acudió á dalle el socorro necesario. Lo mismo hizo el ventero, pero con intencion diferente, porque fué á castigar á la moza, creyendo sin duda, que ella sola era la ocasion de toda aquella armonía. Y así como suele decirse, el gato al rato, el rato á la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero á Sancho, Sancho á la moza, la moza á él, el ventero á la moza, y todos menudeaban con tanta priesa, que no se daban punto de reposo: y fué lo bueno, que al ventero se le apagó el candil, y como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasion todos á bulto, que á do quiera que ponian la mano, no dejaban cosa sana. Alojaba acaso aquella noche en la venta un cuadrillero de los que llaman de la Santa Hermandad vieja de Toledo, el cual oyendo asimesmo el estraño estruendo de la pelea, asió de su media vara y de la caja de lata de sus títulos, y entró ascuras en el