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DON QUIJOTE.
llando iba con las manos delante buscando á su querido. Topó con los brazos de Don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca, y tirándola ácia sí, sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y aunque ella era de arpillera, á él le pareció ser de finísimo y delgado cendal. Traia en las muñecas unas cuentas de vidrio, pero á él le dieron vislumbres de preciosas perlas orientales: los cabellos, que en alguna manera tiraban á crines, él los marcó por hebras de lucidísimo oro de Arabia, cuyo resplandor al del mesmo sol escurecia, y el aliento, que sin duda alguna olia á ensalada fiambre y trasnochada, á él le pareció que arrojaba de su boca un olor suave y aromático: y finalmente, él la pintó en su imaginacion de la misma traza y modo que lo que habia leido en sus libros de la otra princesa que vino á ver al mal ferido caballero, vencido de sus amores, con todos los adornos que aquí van puestos: y era tanta la ceguedad del pobre hidalgo, que el tacto, ni el aliento, ni otras cosas que traia en sí la buena doncella, no le desengañaban, las cuales pudieran hacer vomitar á otro que no fuera arriero; antes le parecia que tenia entre sus brazos á la diosa de la hermosura: y teniéndola bien asida, con voz amorosa y baja le comenzó á decir: ‟Quisiera hallarme en términos, fermosa y alta señora, de poder pagar tamaña merced como la que con la vista de vuestra gran fermosura me habédes fecho; pero ha querido la fortuna, que no se cansa de perseguir á los buenos, ponerme en este lecho, donde yago tan molido y quebrantado, que aunque de mi voluntad quisiera satisfacer á la vuestra, fuera imposible: y mas que se añade á esta imposibilidad otra mayor, que es la prometida fe que tengo dada á la sin par Dulcinea del Toboso, única señora de mis mas escondidos pensamientos: que si esto no hubiera de por medio, no fuera yo tan sandio caballero, que dejara pasar en blanco la venturosa ocasion en que vuestra gran bondad me ha puesto.” Maritornes estaba congojadísima y trasudando de verse tan asida de Don Quijote, y sin entender, ni estar atenta á las razones que le decia, procuraba sin hablar palabra desasirse. El bueno del arriero, á quien tenian despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coyma[1] por la puerta, la sintió, estuvo atentamente escuchando todo lo que Don Quijote decia, y zeloso de que la asturiana le hubiese faltado á la palabra por otro, se fué llegando mas al lecho de Don Quijote, y
  1. Muger mundana. (Vocabulario de la Germania de Juan Hidalgo.)