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CAPÍTULO XVI.
de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente, que apenas nos llegan á los labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, por malicia ó ignorancia, lo mas sustancial de la obra. Bien haya mil veces el autor de Tablantes, de Ricamonte, y aquel del otro libro donde se cuentan los hechos del Conde Tomillas ¡y con qué puntualidad lo describen todo! Digo pues, que despues de haber visitado el arriero á su recua, y dádole el segundo pienso, se tendió en sus enjalmas, y se dió á esperar á su puntualísima Maritornes. Ya estaba Sancho vizmado y acostado, y aunque procuraba dormir, no lo consentia el dolor de sus costillas: y Don Quijote con el dolor de las suyas tenia los ojos abiertos como liebre. Toda la venta estaba en silencio, y en toda ella no habia otra luz que la que daba una lámpara, que colgada en medio del portal ardia. Esta maravillosa quietud y los pensamientos que siempre nuestro caballero traia de los sucesos que á cada paso se cuentan en los libros, autores de su desgracia, le trujo á la imaginacion una de las estrañas locuras que buenamente imaginarse pueden: y fué que él se imaginó haber llegado á un famoso castillo (que como se ha dicho, castillos eran á su parecer todas las ventas donde alojaba), y que la hija del ventero lo era del señor del castillo, la cual vencida de su gentileza se habia enamorado dél, y prometido que aquella noche á furto de sus padres vendria á yacer con él una buena pieza: y teniendo toda esta quimera que él se habia fabricado, por firme y valedera, se comenzó á acuitar, y á pensar en el peligroso trance en que su honestidad se habia de ver, y propuso en su corazon de no cometer alevosía á su señora Dulcinea del Toboso, aunque la mesma reina Ginebra con su dama Quintañona[1] se le pusiesen delante. Pensando pues en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora (que para él fué menguada) de la venida de la asturiana, la cual en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustan, con tácitos y atentados pasos entró en el aposento donde los tres alojaban, en busca del arriero. Pero apenas llegó á la puerta, cuando Don Quijote la sintió, y sentándose en la cama á pesar de sus vizmas, y con dolor de sus costillas, tendió los brazos para recebir á su fermosa doncella la asturiana, que toda recogida y ca-
  1. Esta es una errata de imprenta manifiesta: dueña Quintañona debe decir, no solo porque el mismo Cervantes la llama dueña en otros lugares (como se puede ver en los capítulos XIII y XLIX, de esta parte I), sino porque para dueña de la reina Ginebra, y no para dama, la inventó el autor del libro de Lanzarote del Lago.