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CAPÍTULO XV.
habiendo cogido al caballero del Febo con una cierta trampa que se le hundió debajo de los piés en un cierto castillo, y al caer se halló en una honda sima debajo de tierra atado de piés y manos, y allí le echaron una destas que llaman melecinas de agua de nieve y arena, de lo que llegó muy al cabo, y si no fuera socorrido en aquella gran cuita de un sabio grande amigo suyo, lo pasara muy mal el pobre caballero. Así que, bien puedo yo pasar entre tanta buena gente, que mayores afrentas son las que estos pasaron que no las que ahora nosotros pasamos: porque quiero hacerte sabidor, Sancho, que no afrentan las heridas que se dan con los instrumentos que acaso se hallan en las manos, y esto está en la ley del duelo escrito por palabras espresas: que si el zapatero da á otro con la horma que tiene en la mano, puesto que verdaderamente es de palo, no por eso se dirá que queda apaleado aquel á quien dió con ella. Digo esto, porque no pienses que puesto que quedamos desta pendencia molidos, quedamos afrentados, porque las armas que aquellos hombres traian con que nos machacaron, no eran otras que sus estacas, y ninguno dellos, á lo que se me acuerda, tenia estoque, espada ni puñal.—No me dieron á mí lugar, respondió Sancho, á que mirase en tanto, porque apenas puse mano á mi tizona, cuando me santiguaron los hombros con sus pinos, de manera que me quitaron la vista de los ojos y la fuerza de los piés, dando conmigo adonde ahora yago, y adonde no me da pena alguna el pensar si fué afrenta ó no lo de los estacazos, como me la da el dolor de los golpes, que me han de quedar tan impresos en la memoria como en las espaldas.—Con todo eso te hago saber, hermano Panza, replicó Don Quijote, que no hay memoria á quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma.—¿Pues qué mayor desdicha puede ser, replicó Panza, que aquella que aguarda al tiempo que la consuma, y á la muerte que la acabe? Si esta nuestra desgracia fuera de aquellas que con un par de vizmas se curan, aun no tan malo; pero voy viendo que no han de bastar todos los emplastos de un hospital para ponerlas en buen término siquiera.—Déjate de eso, y saca fuerzas de flaqueza, Sancho, respondió Don Quijote, que así haré yo, y veamos como está Rocinante, que á lo que me parece, no le ha cabido al pobre la menor parte desta desgracia.—No hay de que maravillarse deso, respondió Sancho, siendo él tambien caballero andante. De lo que yo me maravillo es, de que mi jumento haya quedado libre y sin costas, donde nosotros salimos sin costillas.—Siempre deja la ventura una puerta abierta