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CAPÍTULO XV.
me han de andar las manos.—¿Pues en cuántos le parece á vuestra merced que podremos mover los piés? replicó Sancho Panza.—De mí sé decir, dijo el molido caballero Don Quijote, que no sabré poner término á esos dias; mas yo me tengo la culpa de todo, que no habia de poner mano á la espada contra hombres que no fuesen armados caballeros como yo, y así creo que en pena de haber pasado las leyes de la caballería, ha permitido el Dios de las batallas que se me diese este castigo: por lo cual, hermano Sancho, conviene que estés advertido en esto que ahora te diré, porque importa mucho á la salud de entrambos: y es, que cuando veas que semejante canalla nos hace algun agravio, no aguardes á que yo ponga mano á la espada para ellos, porque no lo haré en ninguna manera, sino pon tú mano á tu espada y castígalos muy á tu sabor, que si en su ayuda y defensa acudieren caballeros, yo te sabré defender y ofendellos con todo mi poder, que ya habrás visto por mil señales y esperiencias, hasta adonde se estiende el valor de este mi fuerte brazo: tal quedó de arrogante el pobre señor con el vencimiento del valiente vizcaino. Mas no le parecia tan bien á Sancho Panza el aviso de su amo, que dejase de responder diciendo:—Señor, yo soy hombre pacífico, manso, sosegado, y sé disimular cualquiera injuria: porque tengo muger y hijos que sustentar y criar; así que, séale á vuestra merced tambien aviso, pues no puede ser mandato, que en ninguna manera pondré mano á la espada, ni contra villano ni contra caballero, y que desde aquí para delante de Dios perdono cuantos agravios me han hecho y han de hacer, ora me los haya hecho, ó haga, ó haya de hacer persona alta ó baja, rico ó pobre, hidalgo ó pechero, sin eceptar estado ni condicion alguna. Lo cual oido por su amo, le respondió:—Quisiera tener aliento para poder hablar un poco descansado, y que el dolor que tengo en esta costilla se aplacara tanto cuanto, para darte á entender, Panza, en el error en que estás. Ven acá, pecador: si el viento de la fortuna, hasta ahora tan contrario, en nuestro favor se vuelve, llenándonos las velas del deseo para que seguramente y sin contraste alguno tomemos puerto en alguna de las ínsulas que te tengo prometida, ¿qué seria de tí, si ganándola yo te hiciese señor della? Pues lo vendrás á imposibilitar por no ser caballero, ni quererlo ser, ni tener valor ni intencion de vengar tus injurias, y defender tu señorío: porque has de saber, que en los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan quietos los ánimos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor, que no se tenga temor de que han