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CAPÍTULO XIV.

Por mil heridas en el alma abiertas?
 ¿Quién no abrirá de par en par las puertas
A la desconfianza, cuando mira
Descubierto el desden, y las sospechas,
¡O amarga conversion! verdades hechas,
Y la limpia verdad vuelta en mentira?
 ¡O en el reino de amor fieros, tiranos
Zelos! ponedme un hierro en estas manos:
Dáme, desden, una torcida soga.
¡Mas ay de mí! que con cruel vitoria
Vuestra memoria el sufrimiento ahoga.
 Yo muero en fin, y porque nunca espere
Buen suceso en la muerte ni en la vida,
Pertinaz estaré en mi fantasía.
 Diré, que va acertado el que bien quiere,
Y que es mas libre el alma mas rendida
A la de amor antigua tiranía:
 Diré, que la enemiga siempre mia,
Hermosa el alma, como el cuerpo tiene,
Y que su olvido de mi culpa nace,
Y que, en fe de los males que nos hace,
Amor su imperio en justa paz mantiene.
 Y con esta opinion y un duro lazo,
Acelerando el miserable plazo
A que me han conducido sus desdenes,
Ofreceré á los vientos cuerpo y alma
Sin lauro ó palma de futuros bienes.
 Tú que con tantas sinrazones muestras
La razon, que me fuerza, á que la haga
A la cansada vida que aborrezco:
 Pues ya ves, que te da notorias muestras
Esta del corazon profunda llaga,
De como alegre á tu rigor me ofrezco:
 Si por dicha conoces que merezco
Que el cielo claro de tus bellos ojos
En mi muerte se turbe, no lo hagas:
Que no quiero que en nada satisfagas,
Al darte de mi alma los despojos.
 Antes con risa en la ocasion funesta
Descubre, que el fin mio fué tu fiesta.
Mas gran simpleza es avisarte desto,
Pues sé, que está tu gloria conocida