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VI
PRÓLOGO.

que, aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que hacer esta prefacion que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribilla, y muchas la dejé por no saber lo que escribiria; y estando una suspenso con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la mano en la mejilla, pensando lo que diria, entró á deshora un amigo mio, gracioso y bien entendido, el cual viéndome tan imaginativo me preguntó la causa, y no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo que habia de hacer á la historia de Don Quijote, y que me tenia de suerte, que ni queria hacerle, ni menos sacar á luz las hazañas de tan noble caballero; porque ¿cómo quereis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador, que llaman vulgo, cuando vea que al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años á cuestas, con una leyenda seca como un esparto, agena de invencion, menguada de estilo, pobre de conceptos y falta de toda erudicion y doctrina, sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros (aunque sean fabulosos y profanos) tan llenos de sentencias de Aristóteles, de Platon y de toda la caterva de filósofos, que admiran á los leyentes, y tienen á sus autores por hombres leidos, eruditos y elocuentes? ¡Pues qué cuando citan la Divina Escritura! no dirán sino que son unos Santos Tomases y otros doctores de la iglesia, guardando en esto un decoro tan ingenioso, que en un renglon han pintado un enamorado distraido, y en otro hacen un sermoncico cristiano, que es un contento y un regalo oirle ó leelle. De todo esto ha de carecer mi libro, porque ni tengo que acotar en el márgen, ni que anotar en el fin, ni menos sé qué autores sigo en él, para ponerlos al principio, como hacen todos, por las letras del A B C, comenzando en Aristóteles y acabando en Xenofonte, y en Zoylo ó Zeuxis, aunque fué maldiciente el uno y pintor el otro. Tambien ha de carecer mi libro de sonetos al principio, á lo menos de sonetos cuyos autores sean duques, marqueses, condes, obispos, damas ó poetas celebérrimos; aunque si yo los pidiese á dos ó tres oficiales amigos, yo sé que me los darian, y tales, que no les igualasen los de aquellos que tienen mas nombre en nuestra España. En fin, señor y amigo mio, proseguí, yo determino que el Sr. Don Quijote se quede sepultado en sus archivos en la Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan, porque yo me hallo incapaz de remediarlas por mi insuficiencia y pocas letras, y porque naturalmente soy poltron, y perezoso de andarme buscando autores que digan lo que yo me sé decir sin ellos. De aquí nace la suspension y elevamiento en que me hallastes: bastante causa para ponerme en ella la que de mí habeis oido.

Oyendo lo cual mi amigo, dándose una palmada en la frente, y disparando en una larga risa, me dijo: Por Dios, hermano, que ahora me aca-