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DON QUIJOTE.

 Merced á los muchos diges,
Y á los cabellos postizos,
Y á hipócritas hermosuras
Que engañan al amor mismo.
 Desmentíla, y enojóse:
Volvió por ella su primo:
Desafióme, y ya sabes
Lo que yo hice y él hizo.
 No te quiero yo á monton,
Ni te pretendo y te sirvo
Por lo de barraganía,
Que mas bueno es mi designio.
 Coyundas tiene la iglesia
Que son lazadas de sirgo[1]:
Pon tu cuello en la gamella,
Verás como pongo el mio.
 Donde no, desde aquí juro
Por el santo mas bendito,
De no salir destas sierras
Sino para capuchino.

 Con esto dió el cabrero fin á su canto, y aunque Don Quijote le rogó que algo mas cantase, no lo consintió Sancho Panza, porque estaba mas para dormir que para oir canciones; y así dijo á su amo:—Bien puede vuestra merced acomodarse desde luego adonde ha de pasar esta noche, que el trabajo que estos buenos hombres tienen todo el dia, no permite que pasen las noches cantando.—Ya te entiendo, Sancho, le respondió Don Quijote: que bien se me trasluce que las visitas del zaque piden mas recompensa de sueño que de música.—A todos nos sabe bien, bendito sea Dios, respondió Sancho.—No lo niego, replicó Don Quijote; pero acomódate tú donde quisieres, que los de mi profesion mejor parecen velando que durmiendo. Pero con todo esto seria bien, Sancho, que me vuelvas á curar esta oreja, que me va doliendo mas de lo que es menester.=Hizo Sancho lo que se le mandaba: y viendo uno de los cabreros la herida, le dijo que no tuviese pena, que él pondria remedio con que fácilmente se sanase: y tomando algunas hojas de romero de mucho que por allí habia, las mascó y las mezcló con un poco de sal, y aplicándoselas á la oreja, se la vendó muy bien, asegurándole que no habia menester otra medicina, y así fué la verdad.

  1. Seda: de sericum.