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CAPÍTULO X.

nos no andan hombres armados, sino arrieros y carreteros, que no solo no traen celadas, pero quizá no las han oido nombrar en todos los dias de su vida.—Engáñaste en eso, dijo Don Quijote, porque no habremos estado dos horas por estas encrucijadas, cuando veamos mas armados que los que vinieron sobre Albraca á la conquista de Angélica la Bella.—Alto pues, sea así, dijo Sancho, y á Dios prazga que nos suceda bien, y que se llegue ya el tiempo de ganar esa ínsula que tan cara me cuesta, y muérame yo luego.—Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno, que cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca, ó el de Sobradisa, que te vendrán como anillo al dedo, y mas que por ser en tierra firme te debes mas alegrar.

Pero dejemos esto para su tiempo, y mira si traes algo en esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algun castillo, donde alojemos esta noche, y hagamos el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto á Dios que me va doliendo mucho la oreja.—Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuantos mendrugos de pan, dijo Sancho; pero no son manjares que pertenecen á tan valiente caballero como vuestra merced.—Qué mal lo entiendes, respondió Don Quijote. Hágote saber, Sancho, que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y ya que coman, sea de aquello que hallaren mas á mano: y esto se te hiciera cierto, si hubieras leido tantas historias como yo, que aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relacion de que los caballeros andantes comiesen, si no era acaso, y en algunos suntuosos banquetes que les hacian, y los demas dias se los pasaban en flores; y aunque se deja entender que no podian pasar sin comer, y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efeto eran hombres como nosotros, hase de entender tambien, que andando lo mas del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su mas ordinaria comida seria de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que á mí me da gusto, ni quieras tú hacer mundo nuevo, ni sacar la caballería andante de sus quicios.—Perdóneme vuestra merced, dijo Sancho, que como yo no sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caido en las reglas de la profesion caballeresca: y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca para vuestra merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles y de mas sustancia.—No digo yo, Sancho, replicó Don Quijote, que sea forzoso