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CAPÍTULO X.
do escudero, el cual en llegando, le dijo:—Paréceme, señor, que seria acertado irnos á retraer á alguna iglesia: que segun quedó mal trecho aquel con quien os combatistes, no será mucho que den noticia del caso á la Santa Hermandad, y nos prendan; y á fe que si lo hacen, que primero que salgamos de la cárcel, que nos ha de sudar el hopo.—Calla, dijo Don Quijote: ¿y dónde has visto tu ó leido jamas, que caballero andante haya sido puesto ante la justicia, por mas homicidios que hubiese cometido?—Yo no sé nada de omecillos, respondió Sancho, ni en mi vida le caté á ninguno: solo sé que la Santa Hermandad tiene que ver con los que pelean en el campo, y en esotro no me entremeto.—Pues no tengas pena, amigo, respondió Don Quijote, que yo te sacaré de las manos de los Caldeos, cuánto mas de la Hermandad. Pero dime por tu vida: ¿has tú visto mas valeroso caballero que yo en todo lo descubierto de la tierra? ¿Has leido en historias otro que tenga ni haya tenido mas brio en acometer, mas aliento en el perseverar, mas destreza en el herir, ni mas maña en el derribar?—La verdad sea, respondió Sancho, que yo no he leido ninguna historia jamas, porque ni sé leer ni escribir; mas lo que osaré apostar es, que mas atrevido amo que vuestra merced, yo no le he servido en todos los dias de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho. Lo que le ruego á vuestra merced es, que se cure, que le va mucha sangre de esa oreja, que aquí traigo hilas y un poco de ungüento blanco en las alforjas.—Todo eso fuera bien escusado, respondió Don Quijote, si á mí se me acordara de hacer una redoma del bálsamo de Fierabras, que con sola una gota se ahorraran tiempo y medicinas.—¿Qué redoma y qué bálsamo es ese? dijo Sancho Panza.—Es un bálsamo, respondió Don Quijote, de quien tengo la receta en la memoria, con el cual no hay que tener temor á la muerte, ni hay pensar morir de ferida alguna: y así, cuando yo le haga y te le dé, no tienes mas que hacer, sino que cuando vieres que en alguna batalla me han partido por medio del cuerpo, como muchas veces suele acontecer, bonitamente la parte del cuerpo que hubiere caido en el suelo y con mucha sotileza, antes que la sangre se yele, la pondrás sobre la otra mitad que quedare en la silla, advirtiendo de encajallo igualmente y al justo: luego me darás á beber solos dos tragos del bálsamo que he dicho, y verásme quedar mas sano que una manzana.—Si eso hay, dijo Panza, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula, y no quiero otra cosa en pago de mis muchos y buenos servicios, si-