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CAPÍTULO IX.

tras de caer de la mula abajo, de donde cayera sin duda si no se abrazara con el cuello; pero con todo eso sacó los piés de los estribos, y luego soltó los brazos, y la mula espantada del terrible golpe, dió á correr por el campo, y á pocos corcovos dió con su dueño en tierra. Estábaselo con mucho sosiego mirando Don Quijote, y como lo vió caer, saltó de su caballo, y con mucha ligereza se llegó á él, y poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese, si no, que le cortaria la cabeza. Estaba el vizcaino tan turbado, que no podia responder palabra, y él lo pasara mal, segun estaba ciego Don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habian mirado la pendencia, no fueran adonde estaba, y le pidieran con mucho encarecimiento, les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida á aquel su escudero; á lo cual Don Quijote respondió con mucho entono y gravedad: Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedis; mas ha de ser con una condicion y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y presentarse de mi parte ante la sin par Doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que mas fuere de su voluntad. Las temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedia, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haria todo aquello que de su parte le fuese mandado. Pues en fe de esa palabra, yo no le haré mas daño, puesto que me lo tenia bien merecido.


TOMO I.
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