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—Así es, dijo don Quijote, que ese es un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza, porque sabe por sus artes y letras que tengo de venir, andando los tiempos, á pelear en singular batalla con un caballero á quien él favorece, y le tengo de vencer sin que él lo pueda estorbar, y por esto procura hacerme todos los sinsaboresque puede y mándole yo que mal podrá él contradecir ni evitar lo que por el cielo está ordenado.

—¿Quién duda eso? dijo la sobrina; ¿pero quién le mete á vuestra merced, señor tío, en esas pendencias? No será mejor estarse pacífico en su casa, y no irse por el mundo á buscar pan de trasiego, sin considerar que muchos van por lana y vuelven tresquilados?

¡Oh, sobrina mía, respondió don Quijote, y cuán mal que estás en la cuenta ! primero que á mí me tresquilen, tendré peladas y quitadas las Farbas á cuantos imaginaren tocarme en la punta de un solo cabello.

No quisieror. las dos replicarle más, porque vieron que se le encendía la cólera. Es, pues, el caso, que él estuvo quince días en casa muy sosegado, sin dar muestras de querer segundar sus primeros devaneos; en los cuales días pasó graciosísimos cuentos con sus dos compadres el cura y el barbero, sobre que él decía que la cosa de que más necesidad tenía el mundo era de caballeros andantes, y de que en él se resucitase la caballería andantesca. El cura algunas veces le contradecía, y otras concedía, porque si no guardaba este artificio, no había poder averiguarse con él. En este tiempo solicitó don Quijote á un labrador vecino suyo, hombre de bien (si es que este título se pue-