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—No tienen que pararse á escuchar, sino entren á despartir la pelea ó ayudar á mi amo, aunque ya no será menester, porque sin duda alguna el gigante está ya muerto, y dando cuenta á Dios de su pasada y mala vida, que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída á un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino.

—Que me maten, dijo á esta sazón el ventero, si don Quijote ó don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que á su cabecera estaban llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre á este buen hombre; con esto entró en el aposento y todos tras él, y hallaron á don Quijote en el más estraño traje del mundo. Estaba en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos, y por detrás tenía seis dedos menos: las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y no nada limpias; tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho, y él se sabía bien el por qué; y en la derecha desenvainada la espada, con la cual daba cuchilladas á todas partes, diciendo palabras como si verdaderamente estuviera peleando con algún gigante. Y es lo bueno, que no tenía los ojos abiertos, porque estaba durmiendo y soñando que estaba en batalla con el gigante; que fué tan intensa la imaginación de la aventura que iba á fenecer, que le hizo soñar que ya había llegado al reino de Micomicón, y que ya estaba en la pelea con su enemigo; y había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigan-