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siguiese ó buscase otros que no podían ser tan buenos.

Con esto se fué Lotario, y Anselmo al otro día con la escusa de ir á aquella aldea de su amigo, se partió y volvió á esconderse, que lo pudo hacer con comodidad, porque de industria se la dieron Camila y Leonela. Escondido pues Anselmo con aquel sobresalto que se puede imaginar que tendría el que esperaba ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas de su honra, íbase á pique de perder el sumo bien que él pensaba que tenía en su querida Camila. Seguras ya y ciertas Camila y Leonela que Anselmo estaba escondido, entraron en la recámara y apenas hubo puesto los pies en ella Camila, cuando dando un grande suspiro dijo:

— —¡Ay Leonela amiga! ¿no sería mejor que antes que llegase á poner en ejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo que te he pedido y pasases con ella este infame pecho mío? Pero no hagas tal, que no será razón que yo lleve la pena de la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de darle atrevimiento á descubrirme un tan mal deseo, como es el que me ha descubierto en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte, Leonela, á esa ventana, y llámale, que sin duda alguna él debe de estar en la calle, esperando poner en efeto su mala intención, pero primero se pondrá la cruel cuanto honrada mía.

—¡Ay señora mía ! respondió la sagaz y advertida Leonela, ¿y qué es lo que quieres hacer con esta daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida, ó quitársela á Lotario? que cualquiera destas co-