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y aun tenía orden Leonela que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento, y había menester aquellas horas y aquel lugar para ocuparle en sus contentos, no cumplía todas las veces el mandamiento de su señora, antes los dejaba solos, como si aquello le hubieran mandado; mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía freno á la lengua de Lotario. Pero el provecho que las muchas virtudes de Camila hicieron poniendo silencio en la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos, porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría, y tenía lugar de contemplar parte por parte todos los estremos de bondad y de hermosura que Camila tenía, bastantes á enamorar una estatua de mármol, no un corazón de carne. Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco á poco á dar asalto á los respetos que á Anselmo tenía, y mil veces quiso ausentarse de la ciudad, é irse donde jamás Anselmo le viese á él ni él viese á Camila; más ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba en mirarla. Hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento que le llevaba á mirar á Camila: culpábase á solas de su desatino, llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había sido la locura y confianza de Anselmo, que su poca fidelidad, y que si así tuviera disculpa para con Dios, como con los hombres, de lo que