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vado del estraño gusto que en ellos sentía, se dió prisa á poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fué limpiar unas armas que habían sido de sus bisagüelos, que tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenían celada de encaje, sino morrión simple: mas á esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse deste peligro, la tornó á hacer de nuevo poniéndole unas barras de hierro por de dentro, de tal manera que él quedó satisfecho de su fortaleza, y sin querer hacer nueva experiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fué luego á ver á su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que «tantum pellis et ossa fuit», le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid, con él se igualaban.

Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le pondría, porque (según se decía él á sí mismo) no era razón que caballo de caballero tan famosoy tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele de manera, que declarase quién había sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razón, que mudando su -