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te, ¡y qué de discreciones dices á las veces! no parece sino que has estudiado.

—Pues á fe mía que no sé leer, respondió Sancho.

En esto les dió voces maese Nicolás, que esperasen un poco, que querían detenerse á beber en una fuentecilla que allí estaba. Detúvose don Quijote con no poco gusto de Sancho, que ya estaba cansado de mentir tanto, y temía no le cogiese su amo á palabras, porque puesto que él sabía que Dulcinea era una labradora del Toboso, no la había visto en toda su vida. Habíase en este tiempo vestido Cardenio los vestidos que Dorotea traía cuando la hallaron, que aunque no eran muy buenos, hacían mucha ventaja á los que dejaba.

Apeáronse junto á la fuente, y con lo que el cura se acomodó en la venta, satisficieron, aunque poco, la mucha hambre que todos traían. Estande en esto, acertó á pasar por allí un muchacho que iba de camino, el cual poniéndose á mirar con mucha atención á los que en la fuente estaban, de allí á poco arremetió á don Quijote, y abrazándole por las piernas comenzó á llorar muy de propósito, diciendo:

— Ay señor mío! ¿no me conoce vuestra merced? pues míreme bien, que soy aquel mozo Andrés que quitó vuestra merced de la encina donde estaba atado.

Reconocióle don Quijote, y asiéndole por la mano, se volvió á los que allí estaban, y dijo:

—Porque vean vuestras mercedes cuán de importancia es haber caballeros andantes en el mundo, que desfagan los tuertos y agravios que en él se hacen por los insolentes y malos hombres que en él viven, sepan vuestras mercedes que los días