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tierra á ser señor de título, y correspondéis á tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!

No estaba tan mal trecho Sancho, que no oyese todo cuanto su amo le decía, y levantándose con un poco de presteza, se fué á poner detrás del palafrén de Dorotea, y desde allí dijo á su amo:

—Dígame, señor, si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro está que no será el reino suyo, y no siéndolo, ¿qué mercedes me puede hacer? Esto es de lo que yo me quejo; cásese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea; que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados. En lo de la hermosura no me entrometo, que en verdad, si va á decirla, que entrambas me parecen bien, puesto que yo nunca he visto á la señora Dulcinea.

—¿Cómo que no la has visto, traidor blasfemo?

dijo don Quijote; pues no acabas de traerme ahora un recado de su parte?

—Digo que no la he visto tan despacio, dijo Sancho, que pueda haber notado particularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así á bulto me parece bien.

Ahora te disculpo, dijo don Quijote, y perdóname el enojo que te he dado, que los primeros movimientos no son en manos de los hombres.

—Ya yo lo veo, respondió Sancho, y así en mí la gana de hablar siempre es primero movimiento, y no puedo dejar de decir por una vez siquiera lo que me viene á la lengua.

—Con todo esto, dijo don Quijote, mira, San-