Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo I (1908).pdf/314

Esta página no ha sido corregida
— 312 —

SONETO

Santa amistad, que con ligeras alas, tu apariencia quedándose en el suelo, entre benditas almas en el cielo subiste alegre á las impírias salas.

Desde allá, cuando quieres, nos señalas la justa paz cubierta con un velo, por quien á veces se trasluce el celo de buenas obras, que á la fin son malas.

Deja el cielo, ¡oh amistad! ó no permitas que el engaño se vista tu librea, con que destruye á la intención sincera:

que si tus apariencias no le quitas, presto ha de verse el mundo en la pelea de la discorde confusión primera.

El canto se acabó con un profundo suspiro, y los dos con atención volvieron á esperar si más se cantaba; pero viendo que la música se había vuelto en sollózos y en lastimeros ayes, acordaron de saber quién era el triste tan estremado en la voz como doloroso en los gemidos, y no anduvieron mucho, cuando al volver de una punta de una peña vieron á un hombre del mismo talle y figura que Sancho Panza les había pintado, cuando les contó el cuento de Cardenio; el cual hombre cuando los vió, sin sobresaltarse estuvo quedo con la cabeza inclinada sobre el pecho, á guisa de hombre pensativo, sin alzar los ojos á mirarlos, más de la vez primera cuando de improviso llegaron. El cura, que era hombre bien hablado (como el que ya tenía noticia de su desgracia, pues por las señas le había conocido), se llegó á él, y con breves, aunque muy discretas razones, le rogó y persua-