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barba, siguieron su camino, guiándolos Sancho Panza, el cual les fué contando lo que le aconteció con el loco que hallaron en la sierra, encubriendo empero el hallazgo de la maleta y de cuanto en ella venía, que magüer que tonto era un poco codicioso el mancebo. Otro día llegaron al lugar donde Sancho había dejado puestas las señales de las ramas para acertar el lugar donde había dejado á su señor; y en reconociéndole, les dijo como aquella era la entrada, y que bien se podían vestir, si era que aquello hacía al caso para la libertad de su señor, porque ellos le habían dicho antes, que el ir de aquella suerte y vestirse de aquel modo era toda la importancia para sacar á su amo de aquella mala vida que había escogido, y que le encargaban mucho que no dijese á su amo quién ellos eran, ni que los conocía; y que si le preguntase, como se lo había de preguntar, si dió la carta á Dulcinea, dijese que sí, y que por no saber leer le había respondido de palabra, diciéndole que le mandaba, so pena de la su desgracia, que luego al momento se viniese á ver con ella, que era cosa que le importaba mucho; porque con esto y con lo que ellos pensaban decirle, tenían por cosa cierta reducirle á mejor vida, y hacer con él que luego se pusiese en marcha para ir á ser emperador ó monarca, que en lo de ser arzobispo no había de qué temer. Todo lo escuchó Sancho y lo tomó muy bien en la memoria, y les agradeció mucho la intención que tenían de aconsejar á su señor fuese emperador y no arzobispo, porque él tenía para sí, que para hacer mercedes á sus escuderos más podían los emperadores que los arzobispos andantes. También les dijo que sería bien que él fuese delante á buscarle y darle la respuesta de -