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apeó de Rocinante, y en un momento le quitó el freno y la silla; y dándole una palmada en las ancas, le dijo: Libertad te da el que sin ella queda, oh caballo tan estremado por tus obras cuanto desdichado por tu suerte; vete por do quisieres, que en la frente llevas escrito, que no te igualó en ligereza el hipogrifo de Astolfo, ni el nombrado Frontino, que tan caro le costó á Bradamante.

Viendo esto Sancho, dijo:

—Bien haya quien nos quitó ahora del trabajo de desalbardar al rucio, que á fe que no faltaran palmadicas que dalle ni cosas que decille en su alabanza; pero si él aquí estuviera, no consintiera yo que nadie lo desalbardara, pues no había para qué, que á él no le tocaban las generales de enamorado ni de desesperado; pues no lo estaba su amo, que era yo cuando Dios quería; y en verdad, señor caballero de la Triste Figura, que si es que mi partida y su locura de vuestra merced va de veras, que será bien tornar á ensillar á Rocinante para que supla la falta del rucio, porque será ahorrar el tiempo á mi ida y vuelta, que si la hago á pie, no sé cuándo llegaré, ni cuándo volveré, porque en resolución soy mal caminante.

—Digo, Sancho, respondió don Quijote, que sea como tú quisieres, que no me parece mal tu designio; y digo que de aquí á tres días te partirás, porque quiero que en este tiempo veas lo que por ella hago y digo, para que se lo digas.

—Pues qué más tengo de ver, dijo Sancho, que lo que he visto?

—Bien estás en el cuento, respondió don Quijote: ahora me falta rasgar las vestiduras, esparcir las armas, y darme de calabazadas por estas pe-