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donaire, discreción y desenvoltura. Pero tiempo podrá venir en que se enmiende esa falta; y no dura más en hacerse la enmienda, de cuanto quiera vuestra merced ser servido de venirse conmigo á mi aldea, que allí le podré dar más de trecientos libros, que son el regalo de mi alma y entretenimiento de mi vida; aunque tengo para mí que ya no tengo ninguno, merced á la malicia de malos y envidiosos encantadores. Y perdóneme vuestra merced de haber contravenido á lo que prometimos de no interrumpir su plática, pues en oyendo cosas de caballerías y de caballeros andantes, así es en mi mano dejar de hablar en ellos, como lo es en la de los rayos del sol dejar de calentar, ni humedecer en los de la luna. Así que, perdón, y proseguid, que es lo que ahora hace más al caso.

En tanto que don Quijote estaba diciendo lo que queda dicho, se le había caído á Cardenio la cabeza sobre el pecho, dando muestras de estar profundamente pensativo; y puesto que dos veces le dijo don Quijote que prosiguiese su historia, ni alzaba la cabeza ni respondía palabra; pero al cabo de un buen espacio la levantó, y dijo:

—No se me puede quitar del pensamiento ni habrá quien me lo quite en el mundo, ni quien me dé á entender otra cosa, y sería un majadero el que lo contrario entendiese ó creyese, sino que aquel bellaconazo del maestro Elisabat estaba amancebado con la reina Madásima.

—Eso no, voto á tal, respondió con mucha cólera don Quijote (y arrojóle, como tenía de costumbre), y esa es una muy grande malicia, ó bellaquería por mejor decir. La reina Madásima fué muy principal señora, y no se ha de presumir que DON QUIJOTE .—18 TOMO I VOL . 315