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poco desviada de allí estaba. En llegando á él se tendió en el suelo encima de la yerba, y los demás hicieron lo mismo, y todo esto sin que ninguno hablase, y hasta que el Roto, después de haberse acomodado en su asiento, dijo:

—Si gustáis, señores, que os diga en breves razones la inmensidad de mis desventuras, habéisme de prometer de que con ninguna pregunta ni otra cosa no interrumpiréis el hilo de mi triste historia, porque en el punto que lo hagáis, en eso se quedará lo que fuere contado.

Estas razones del Roto trujeron á la memoria á don Quijote el cuento que le había contado su escudero, cuando no acertó el número de las cabras que habían pasado el río, y se quedó la historia pendiente. Pero volviendo al Roto, prosiguió diciendo:

—Esta prevención que hago es porque querría pasar brevemente por el cuento de mis desgracias, que el traerlas á la memoria no me sirve de otra cosa que añadir otras de nuevo, y mientras menos me preguntáredes, más presto acabaré yo de decillas, puesto que no dejaré por contar cosa alguna que sea de importancia, para satisfacer del todo á vuestro deseo. Don Quijote se lo prometió en nombre de los demás, y él con este seguro comenzó desta manera:

—Mi nombre es Cardenio, mi patria una ciudad de las mejores desta Andalucía, mi linaje noble, mis padres ricos, mi desventura tanta que la deben de haber llorado mis padres, y sentido mi linaje, sin poderla aliviar con su riqueza; que para remediar desdichas del cielo poco suelen valer los bienes de fortuna. Vivía en esta misma tierra un cielo, donde puso el amor toda la gloria que yo