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á entregarle á mi señora la infanta, no hay sino, como vuestra merced dice, roballa y trasponella.

Pero está el daño que en tanto que se hagan las paces y se goce pacíficamente del reino, el pobre escudero se podrá estar á diente en esto de las mercedes, si ya no es que la doncella tercera que ha de ser su mujer, se sale con la infanta y él pasa con ella su mala ventura hasta que el cielo ordene otra cosa: porque bien podrá, creo yo, desde luego dársela su señor por legítima esposa.

—Eso no hay quien lo quite, dijo don Quijote.

—Pues como eso sea, respondió Sancho, no hay sino encomendarnos á Dios, y dejar correr la suerte por donde mejor lo encaminare.

—Hágalo Dios, respondió don Quijote, como yo deseo, y tú, Sancho, has menester, y ruin sea quien por ruin se tiene.

—Sea por Dios, dijo Sancho, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta.

—Y aún te sobra, dijo don Quijote, y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso, porque siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza sin que la compres ni me sirvas con nada, porque en haciéndote conde, cátate ahí caballero, y digan lo que dijeren, que á buena fe que te han de llamar señoría, mal que les pese.

—Y montas, que no sabría yo autorizar el litado, dijo Sancho.

Dictado has de decir, que no litado, dijo su amo.

—Sea así, respondió Sancho Panza: digo que le sabría bien acomodar, porque por vida mía que en un tiempo fuí mullidor de una cofradía, y que me asentaba tan bien la ropa de mullidor, que decían todos que tenía presencia para poder ser prioste