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Luego conocístela tú? dijo don Quijote.

—No la conocí yo, respondió Sancho; pero quien me contó este cuento me dijo que era tan cier—to y verdadero, que podía bien cuando lo contase á otro afirmar y jurar que lo había visto todo:

así que, yendo días y viniendo días, el diablo, que no duerme y que todo lo añasca, hizo de manera que el amor que el pastor tenía á la pastora se volviese en homecillo y mala voluntad, y la causa fué, según malas lenguas, una cierta cantidad de celillos que ella le dió, tales que pasaban de la raya y llegaban á lo vedado; y fué tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante, que por no verla se quiso ausentar de aquella tierra é irse donde sus ojos no la viesen jamás. La Torralva, que se vió desdeñada de Lope, luego le quiso bien, más que nunca le había querido.

—Esa es natural condición de mujeres, dijo don Quijote, desdeñar á quien las quiere y amar á quien las aborrece: pasa adelante, Sancho.

—Sucedió, dijo Sancho, que el pastor puso por obra su determinación, y antecogiendo sus cabras se encaminó por los campos de Extremadura para pasarse á los reinos de Portugal. La Torralva que lo supo se fué tras él, y seguíale á pie y descalza desde lejos con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello donde llevaba, según es fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; mas llevase lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, solo diré que dicen que el pastor llegó con su ganado á pasar el río Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase á él ni á su ganado de la otra parte, de lo