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— 195 atentamente lo que podía ser aquello; y vieron que las lumbres se iban acercando á ellos, y mientras más se llegaban, mayores parecían. A cuya vista Sancho comenzó á temblar como un azogado, y los cabellos de la cabeza se le erizaron á don Quijote, el cual animándose un poco dijo:

—Esta sin duda, Sancho, debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo.

—i — Desdichado de mí! respondió Sancho, si acaso esta aventura fuese de fantasmas como me lo va pareciendo, ¿adónde habrá costillas que la sufran?

—Por más fantasmas que sean, dijo don Quijote, no consentiré yo que te toquen en el pelo de la ropa; que si la otra vez se burlaron contigo, fué porque yo no pude saltar las paredes del corral; pero ahora estamos en campo raso, donde podré yo como quisiere esgrimir mi espada.

—Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hicieron, dijo Sancho, ¿qué aprovechará estar en campo abierto ó no?

—Con todo eso, replicó don Quijote, te ruego, Sancho, que tengas buen ánimo, que la experiencia te dará á entender el que yo tengo.

—Sí tendré, si á Dios place, respondió Sancho ; y apartándose los dos á un lado del camino, tornaron á mirar atentamente lo que aquello de aquellas lumbres que caminaban podía ser: y de allí muy poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó á dar diente con diente, como quien tiene frío de cuartana, y creció más el batir y dentellear, cuando distintamente vieron lo que era, porque descubrieron has-