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hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen á enterrar con gran pompa adonde tengo dicho. Y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver; á lo menos yo no dejaré de ir á verla, si supiese no volver mañana al lugar.

—Todos haremos lo mismo, respondieron los cabreros, y echaremos suertes á quien ha de quedar á guardar las cabras de todos.

—Bien dices, Pedro, dijo uno dellos, aunque no será menester usar desa diligencia, que yo me quedaré por todos: y no lo atribuyas á virtud y á poca curiosidad mía, sino á que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie.

—Con todo eso te lo agradecemos, respondió Pedro.

Y don Quijote rogó á Pedro que le dijese qué muerto era aquél, y qué pastora aquélla; á lo cual Pedro respondió, que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto á su lugar con opinión de muy sabio y muy leído. Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasan allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna.

—Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores, dijo don Quijote. Mas Pedro no reparando en niñerías, prosiguió su cuento diciendo:

—Asimismo adivinaba cuando había de ser el año abundante ó estil.

—Estéril queréis decir, amigo, dijo don Quijote.