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ya nos sostenía. Amaneció más tarde, á mi parecer, de lo que quisiéramos: acabamos de subir toda la montaña por ver si desde allí algún poblado se descubría o algunas cabañas de pastores:

pero aunque más tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podría ser menos sino que presto descubriésemos quien nos diese noticia della. Pero lo que á mí más me fatigaba, era el ver ir á pie á Zoraida por aquellas asperezas, que puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, más le cansaba á ella mi cansancio, que la reposaba su reposo, y así nunca más quiso que yo aquel trabajo tomase; y con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco menos que un cuarto de legua debíamos de haber andado, cuando llegó á nuestros oídos el són de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había ganado; y mirando todos con atención si alguno se parecía, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y él alzando la cabeza se puso ligeramente en pie, y á lo que después supimos, los primeros que á la vista se le ofrecieron fueron el renegado y Zoraida, y como él los vió en hábito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él, y metiéndose con estraña ligereza por el bosque adelante, comenzó á dar los mayores gritos del mundo, diciendo: Moros, moros hay en la tierra :

moros, moros arma. Con estas voces quedamos todos isos, y no sabíamos qué hacernos; pero considerando que las voces del pastor habían de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa