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nos hacían, mostrándonos más agradecidos que quejosos: ellos se hicieron á lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; nosotros sin mirar á otro norte que á la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa á bogar que al poner del sol estábamos tan cerca, que bien pudiéramos, á nuestro parecer, llegar antes de que fuera muy de noche; pero por no parecer en aquella noche la luna, y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como á muchos de nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así aseguraríamos el temor que de razón se debía tener, que por allí anduviesen bajeles de corsarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería, y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven á dormir á sus casas; pero de los contrarios pareceres, el que se tomó fué que nos llegásemos poco á poco; y que si el sosiego del mar lo concediese, desembarcásemos donde pudiésemos. Hízose así y poco antes de la media noche sería, cuando llegamos al pie de una disformísima y alta montaña, no tan junto al mar que no concediese un poco de espacio para poder desembarcar cómodamente. Embestimos en la arena, salimos todos á tierra y besamos el suelo, y con lágrimas de alegrísimo contento, dimos todos gracias a Dios, Señor nuestro, por el bien tan incomparable que nos había hecho en nuestro viaje. Sacamos de la barca los bastimentos que tenia, tirámosla en tierra, y subimos un grandísimo trecho en la montaña, porque aun allí estábamos, y aun no podíamos asegurar el pecho, ni acabábamos de creer que era tierra de cristianos la que