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<—84triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida si tú le dejas. Todo lo cual escuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: Plega á Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. Alá sabe bien, que no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos cristianos no deben nada á mi voluntad, pues aunque quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, según la priesa que me daba mi alma á poner por obra esta que á mí me parece tan buena, como tú, padre amado, la juzgas por mala.

Esto dijo á tiempo que ni su padre la oía, ni nosotros ya le veíamos; y así consolando yo á Zoraida, atendimos todos á nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el propio viento, de tal manera, que bien tuvimos por cierto de vernos otro día al amanecer en las riberas de España. Mas como pocas veces ó nunca viene el bien puro y sencillo sin ser acompañado ó seguido de algún mal que le turbe ó sobresalte, quiso nuestra ventura, ó quizá las maldiciones que el moro á su hija había echado, que siempre se han de temer de cualquier padre que sean, quiso digo, que estando ya engolfados, y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto abajo, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajel redondo, que con todas las velas tendidas, llevando un poco de orza el timón,' delante de nosotros atravesaba, y esto tan cerca que nos fué preciso amainar por no embestirle, y ellos asimismo hicieron fuerza de timón para