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cautivos, que en la primera ocasión les darían libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zoraida, el cual respondió: Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen término, oh cristianos; mas el darme libertad no me tengáis por tan simple que lo imagine, que nunca os pusiste vosotros al peligro de quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quién soy yo y el interese que se os puede seguir de dármela; el cual interese si le queréis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiérades por mí y por esa desdichada hija mía, ó si no por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma. En diciendo esto, comenzó á llorar tan amargamente, que á todos nos conmovió á compasión, y forzó á Zoraida que le mirase, la cual viéndole llorar, así se enterneció, que se levantó de mis pies y fué á abrazar á su padre, y juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto, que muchos de los que allí íbamos le acompañamos en él. Pero cuando su padre la vió adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ¿Qué es esto, hija, que ayer al anochecer, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te ví con tus ordinarios y caseros vestidos, y ahora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte, y sin haberte dado alguna nueva alegre de solemnizarla con adornarte y pulirte te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte cuando nos fué la ventura más favorable? Respóndeme á esto, que me tiene más suspenso y admirado que la misma desgracia en que me hallo. Todo lo que el moro decía á su hija nos lo declaraba el renegado, y ella no le respondía palabra. Pero cuando él vió