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<—79pesadumbre nuestra, por no ser descubiertos del lugar de Sargel, que en aquella costa cae no más que á sesenta millas de Argel; asimismo temíamos encontrar por aquel paraje alguna galeota de las que de ordinario venían con mercancía de Tetuán, aunque cada uno por sí y por todos juntos presumíamos de que si se encontraba galeota de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, que no sólo no nos perderíamos, más que tomaríamos bajel donde con más seguridad pudiésemos acabar nuestro viaje. Iba Zoraida, en tanto que se navegaba, puesta la cabeza entre mis manos por no ver á su padre, y sentía yo que iba llamando á Lela Marién que nos ayudase. Bien habríamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció como tres tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin nadie que nos descubriese; pero con todo esto nos fuimos á fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo más sosegada, y habiendo entrado casi dos leguas, dióse orden que se bogase á cuarteles en tanto que comíamos algo, que iba bien proveída la barca, puesto que los que bogaban dijeron que no era aquel tiempo de tomar reposo alguno, que les diese de comer á los que no bogaban, que ellos no querían soltar los remos de las manos en manera alguna. Hizose ansí, y en esto comenzó á soplar un viento largo, que nos obligó á izar luego la vela y á dejar el remo, y enderezarse á Orán, por no ser posible hacer otro viaje. Todo se hizo con mucha presteza, y así á la vela navegamos por más de ocho millas por hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que de corso fuese. Dimos de comer á los moros tagarinos, y el renegado les consoló, diciéndoles como no iban