Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha - Tomo II (1908).pdf/81

Esta página no ha sido corregida
— 77 —

de lo que Zoraida quisiese; la cual ya volvía cargada con un cofrecillo lleno de escudos, de oro, tantos, que apenas lo podía sustentar. Quiso la mala suerte que su padre despertase en el interin, y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y asomándose á la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos, y dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó á decir en arábigo: Cristianos, cristianos, ladrones, ladrones; por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa confusión; pero el renegado, viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima presteza subió donde Agimorato estaba, y juntamente con él fueron algunos de nosotros, que yo no osé desamparar á Zoraida, que como desmayada se había dejado caer en mis brazos. En resolución, los que subieron se dieron tan buena maña, que en un momento bajaron con Agimorato trayéndole atadas las manos y puesto un pañizuelo en la boca: que no le dejaba hablar palabra, amenazándole que el hablarla le había de costar la vida. Cuando su hija lo vió, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras manos; mas entonces siendo más necesarios los pies, con diligencia y presteza nos pusimos en la barca, que ya los que en ella habían quedado, nos esperaban temerosos de algún mal suceso nuestro. Apenas serían dos horas pasadas de la noche, cuando ya estábamos todos en la barca, en la cual se le quitó al padre de Zoraida la atadura de las manos y el paño de la boca; pero tornóle á decir el renegado que no hablase palabra, que le quitarían la