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<—76tros, y los que quedábamos haciéndonos ansimismo el renegado la guía, fuimos al jardín de Agimorato, y quiso la buena suerte, que llegando á abrir la puerta se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera, y así con gran quietud y silencio llegamos á la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellísima Zoraida aguardándonos á una ventana, y así como sintió gente, preguntó en voz baja si éramos «nizaraní», como si dijera ó preguntara si éramos cristianos. Yo le respondí que sí y que bajase. Cuando ella me conoció, no se detuvo un punto, porque sin responderme palabra bajó en un instante, abrió la puerta, y mostróse á todos tan hermosa y ricamente vestida, que no lo acierto á encarecer. Luego que yo la vi, le tomé una mano, y la comencé á besar, y el renegado hizo lo mismo y mis dos camaradas, y los demás que el caso no sabían hicieron lo que vieron que nosotros hacíamos, que no parecía sino que le dábamos las gracias, y la reconocíamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca, si estaba su padre en el jardin.

Ella respondió que sí y que dormía. Pues será menester despertalle, replicó el renegado y llevárnosle con nosotros y todo aquello que tiene de valor en este hermoso jardín. No, dijo ella, á mi padre no se ha de tocar en ningún modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedéis ricos y contentos; y esperaos un poco y lo veréis; y diciendo esto, se volvió á entrar diciendo que muy presto volvería, que nos estuviéramos quedos sin hacer ningún ruido. Preguntéle al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, á quien yo dije que en ninguna cosa se había de hacer más