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ganar la libertad, quitando la vida á los moros que dentro de la barca estaban. Sucedió pues, que así como yo me mostré y mis compañeros, todos los demás escondidos que nos vieron, se vinieron llegando á nosotros. Esto era ya á tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campiña ninguna persona parecía. Como estuvimos juntos, dudamos si sería mejor ir primero por Zoraida, ó rendir primero á los moros tagarinos que bogaban el remo en la barca; y estando en esta duda, llegó á nosotros nuestro renegado diciéndonos, que en qué nos deteníamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los más dellos durmiendo.

Dijímosle en lo que reparábamos, y él dijo que lo que más importaba era rendir primero al bajel, que se podía hacer con grandísima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podíamos ir Zopor raida. Parecíanos bien á todos lo que decía, y así sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, y saltando él dentro primero, metió mano á un alfanje, y dijo en morisco: Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida. Ya á este tiempo habían entrado dentro casi todos los cristianos. Los moros que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera á su arraez, quedáronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano á las armas, que pocas ó casi ninguna tenían, se dejaron sin hablar alguna palabra maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenazando á los moros, que si alzaban por alguna vía ó manera la voz, que luego al punto los pasarían todos á cuchillo. Hecho ya esto, quedáronse en guardia la mitad de los nues-