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gallardo y rico adorno con que mi querida Zoraida se mostró å mis ojos: sólo diré, que más perlas pendían de su hermosísimo cuello, orejas y cabeÎlos, que cabellos tenía en la cabeza. En las gargantas de los pies, que descubiertas á su usanza traía, traía dos carcajes (que así se llaman las manillas ó ajorcas de los pies en morisco) de purísimo oro, con tantos diamantes engastados, que ella me dijo después que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traía en las muñecas de las manos valían otro tanto. Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarría de las moras es adornarse de ricas perlas y aljófar; y así hay más perlas y aljófar entre los moros, que entre todas las demás naciones, y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores que en Argel había, y de tener asimismo más de docientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía. Si con todo este adorno podía venir entonces hermosa ó no, por las reliquias que le han quedado en tantos trabajos, se podrá conjeturar cual debía ser en las prosperidades; porque ya se sabe que la hermosura de algunas mujeres tiene días y sazones, y requiere acidentes para disminuirse ó acrecentarse; y es natural cosa que las pasiones del ánimo la levanten ó bajen, puesto que las más veces la destruyen. Digo en fin, que entonces llegó en todo estremo aderezada, y en todo estremo hermosa, ó á lo menos á mí me pareció serlo la más que hasta entonces había visto; y con esto viendo las obligaciones en que me había puesto, me parecía que tenía delante de mí una deidad del cielo, venida á la tierra para mi gusto y para mi remedio. Así como