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dado esperar en aquel lugar. Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra, que era la que más me convenía, y era la de avisar á Zoraida en el punto que estaban los negocios, para que estuviese apercebida y sobre aviso, que no se sobresaltase si de improviso la asaltásemos antes del tiempo que ella podía imaginar que la barca de cristianos podía volver. Y así determiné de ir al jardín y ver si podía hablarla; y con ocasión de coger algunas yerbas, un día antes de mi partida, fuí allá, y la primera persona con quien encontré fué con su padre, el cual me dijo en lengua que en toda la Berbería y aun en Constantinopla se habla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos; digo pues que en esta manera de lenguaje me preguntó que qué buscaba en aquel su jardín, y de quién era. Respondíle que era esclavo de Arnaute Mamí (y esto porque sabía yo por muy cierto que era un grandísimo amigo suyo), y que buscaba de todas yerbas para hacer ensalada. Preguntóme por el consiguiente si era hombre de rescate ó no, y que cuanto pedía mi amo por mí. Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto, y como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse á los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dió nada de venir adonde su padre conmigo estaba, antes luego cuando su padre vió que venía y de despacio, la llamó y mandó que llegase. Demasiada cosa sería decir yo ahora la mucha hermosura, la gentileza, el