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tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fué posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco, si no es que su marido ó su padre se lo manden: de cristrianos cautivos se dejan tratar y comunicar aun más de aquello que sería razonable; y á mí me hubiera pesado que él la hubiera hablado, que quizá la alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, que lo ordenaba de otra manera, no dió lugar al buen deseo que nuestro renegado tenía; el cual viendo cuán seguramente iba y venía á Sargel, y que daba fondo cuándo y cómo y adónde quería, y que el tagarino su compañero no tenía más voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba rescatado, y que sólo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuáles quería traer conmigo fuera de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer viernes, donde tenía determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto hablé á doce españoles, todos valientes hombres de remo, y de aquellos que más libremente podían salir de la ciudad; y no fué poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado toda la gente de remo, y estos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso, á acabar una galeota que tenía en astillero á los cuales no les dije otra cosa sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno á uno disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agimorato, y que allí me aguardasen asta que yo fuese. A cada uno dí este aviso de por sí, con orden que aunque allí viesen otros cristianos no les dijesen sino que yo les había man-