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<—66to le pidiésemos, que su padre tenía tantos que no lo echaría menos, cuanto más que ella tenía las llaves de todo. Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca: con ocho—cientos me rescaté yo dando el dinero á un mercader valenciano que á la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre su palabra; dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagarían mi rescate, porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey, que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader por sus granjerías lo había callado. Finalmente mi amo era tan caviloso, que en ninguna manera me atreví á que luego se desembolsase el dinero.

El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir al jardín, nos dió otros mil escudos, y nos avisó de su partida, rogándome que si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla. Respondíle en breves palabras, que así lo haría, y que tuviese cuidado de encomendarnos á Lela Marién con todas aquellas oraciones que la cautiva le había enseñado. Hecho esto, dieron orden en que los tres compañeros nuestros se rescatasen por facilitar la salida del baño, y porque viéndome á mí rescatado y ellos no, pues había dinero, no se alborotasen, y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso no quise poner el negocio en aventura, y así los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader para que