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llover más cianiis, vimos á deshora parecer la caña y otro lienzo en ella con otro nudo más crecido; y esto fué á tiempo que estaba el baño como la vez pasada solo y sin gente. Hicimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero á ninguno se rindió la caña sino á mí, porque en llegando yo la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito hecha una grande cruz. Besé la cruz, tomé los escudos, volvíme al terrado, hicimos todos nuestras zalemas, tornó á parecer la mano, hice señas que leería el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido: y como ninguno de nosotros entendía el arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese. En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos que le obligaban á guardar el secreto que le encargase, porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse á tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre debien, y que siempre ha hecho bien á cristianos, y que lleva deseo de huirse con la primera ocasión que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fes con buena intención, otros se sirven dellas acaso y de industria, que viniendo á robar á tierra de cristianos, si á dicha se pierden ó los cautivan sacan sus firmas, y dicen que por aquellos papeles se verá el propósito con que venían, el