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que á mi se hacía la merced. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volvíme al terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano que la abría y cerraba muy apriesa. Con esto entendimos ó imaginamos que alguna mujer que en aquella casa vivía, nos debía de haber hecho aquel beneficio, y en señal de que lo agradecíamos hicimos zalemas á uso de moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí á poco sacaron por la misma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron á entrar. Esta señal nos confirmó en que alguna cristiana debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacía; pero la blancura de su mano, y las ajorcas que en ella vim os deshizo este pensamiento, puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, á quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus mismos amos, y aun lo tienen á ventura, porque las estiman en más que las de su nación. En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso, y así todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por norte á la ventana donde nos había aparecido la estrella de la caña; pero bien se pasaron quince días en que no la vimos, ni la mano tampoco, ni otra señal alguna.) Y aunque en este tiempo procuramos con toda) solicitud saber quién en aquella casa vivía, y si había en ella alguna cristiana renegada, jamás hubo quien nos dijese otra cosa sino que allí vivía un moro principal y rico llamado Agimorato, alcaide que había sido de la Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad. Mas cuando más descuidados estábamos de que por allí habían de,