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rabes, de quien se fió viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hábito de moro á Tabarca, que es un portezuelo ó casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral, los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece; y así se dice, que mandó el general ahorcar á los que le trujeron el presente, porque no se le habían traído vivo. Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fué uno llamado don Pedro de Aguilar, natural no sé de qué lugar de Andalucía, el cual había sido alférez en el fuerte, soldado de mucha cuenta y de entendimiento; especialmente tenía particular gracia en lo que llaman poesía. Dígolo, porque su suerte le trujo á mi galera y á mi banco, y á ser esclavo de mi mismo patrón; y antes que nos partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos á manera de epitafios, el uno á la Goleta y el otro al fuerte; y en verdad que los tengo de decir, porque los sé de memoria, y creo que antes causarán gusto que pesadumbre.

En el punto que el cautivo nombró á don Pedro de Aguilar, don Fernando miró á sus camaradas, y todos tres se sonrieron, y cuando llegó á decir de los sonetos, dijo el uno:

—Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga qué se hizo ese don Pedro de Aguilar, que ha dicho.

—Lo que sé es, respondió el cautivo, que al cabo de dos años que estuvo en Constantinopla, se huyó en traje de arnaute con un griego espía, y no sé si vino en libertad, puesto que creo que