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alguna: á lo menos no esperaba tenerla por rescate, porque tenía determinado de no escribir las nuevas de mi desgracia á mi padre. Perdióse en fin la Goleta, perdióse el fuerte, sobre las cuales plazas hubo de soldados turcos pagados setenta y cinco mil, y de moros alárabes de toda la Africa más de cuatrocientos mil, acompañado este tan gran número de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, con tantos gastadores, que con las manos y puñados de tierra pudieran cubrir la Goleta y el fuerte. Perdióse primero la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable, y no se perdió por culpa de sus defensores, los cuales hicieron en su defensa todo aquello que debían y podían, sino porque la experiencia mostró la facilidad con que se podían levantar trincheras en aquella desierta arena, porque á dos palmos, se hallaba agua, y los turcos no la hallaron á dos varas; y así con muchos sacos de arena levantaron las trincheras tan altas, que sobrepujaban las murallas de la fuerza, y tirándoles á caballero, ninguno podía parar ni asistir á la defensa. Fué común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en la Goleta, sino esperar en campaña al desembarcadero; y los que esto dicen, hablan de lejos y con poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el fuerte apenas había siete mil soldados, ¿cómo podía tan poco número, aunque más esforzados fuesen, salir á la campaña y quedar en las fuerzas, contra tanto como era el de los enemigos? ¿Y cómo es posible dejar de perderse fuerza que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y porfiados y en su misma tierra? Pero á muchos les pareció, y así me pareció á mí, que fué particular gracia y merced